En primera
persona, Muriel, con un estilo sencillo, un tono confidencial y con abundancia
de efectos sentimentales se revela como una maestra de auténtica vocación que
se enfrenta con el desinterés del pueblo por la cultura y el aprendizaje. Después
de superar su natural e inicial desánimo por el carácter tosco de los
habitantes de ese pueblo navarro, se propone conocer a fondo a alguno de sus
alumnos y no alumnos. Descubre la importancia de llegar al corazón de las
personas, profundizar en su pasado y no dejarse llevar por una imagen externa y
por tanto equivocada que se traduce en una idea preconcebida y negativa de las
personas. En el joven aparentemente más extraño del pueblo, Javier, encuentra a un hombre afectuoso y receptivo,
con ilusión de cambiar.
Decía Maquiavelo, “todos
ven lo que aparentamos, pocos
advierten lo que somos”.