Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!):
¡que hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
El soliloquio de Segismundo cierra la segunda jornada de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. En estos versos se pone de manifiesto el tema barroco de la inconsistencia de la vida: las ilusiones, las esperanzas, las preocupaciones humanas son pasajeras y la persona que alberga anhelos es un ingenuo llamado al desengaño, que no otra cosa es el vivir.
Se compone el
pasaje de 40 versos octosílabos agrupados en décimas, con la siguiente
estructura de rima consonante: abbaaccddc.
En la segunda
parte contiene ejemplos con intención moralizadora pues los casos mencionados
pretenden ser un compendio de actitudes humanas frente a la vida: el rico, el
pobre, el ambicioso, el avaricioso, el pérfido. Se abre esta segunda parte con
la repetición del verbo sueña. Esta anáfora subraya el tema principal.
Tras la
primera conclusión, Segismundo se adentra en la tercera parte para ponerse a sí
mismo como argumento a favor de su idea. En los dos primeros versos destaca la
contraposición entre la prisión y la corte, ambos introducidos por el verbo
soñar. Bajo este punto de vista, los dos aparecen como estados “soñados”, es
decir, irreales. Aprendemos, pues, que no deberíamos reflexionar sobre nuestra
vida, puesto que todo lo que en ella ocurre es un engaño.Por último, el único
verbo que aparece es “ser”, que sirve para definir la vida con vigor y
concisión (la vida es frenesí, ilusión, sueño).
Las últimas
interrogaciones nos plantea en directo la cuestión fundamental del pensamiento
filosófico del ser humano en cualquier época (¿Qué es la vida?). El atribulado
príncipe nos da la respuesta que los hombres de letras nos han transmitido como
propia del siglo: la vida es una mentira, una ilusión, en definitiva, la vida
es sueño, como afirman el título de la obra. Y como diría Hamlet, morir es
dormir, nada hay estable o seguro, todo fluye hacia un estado definitivo.
Así pues, los
dos últimos versos, que han pasado al acervo cultural español, condensan la
visión barroca de la vida humana.
El cierre del
comentario de texto vendría dado por la valoración personal argumentada a
partir de la tesis de Segismundo: por ejemplo, ¿qué nos atrae de este
personaje? El ser humano ¿está determinado por sus circunstancias o puede ser
feliz a pesar de ellas? Pienso que casi todas las personas admiramos lo mismo,
a quienes son capaces a un tiempo de ser tan grandes como humildes, tan
poderosos como amables, triunfadores y cercanos, seguros pero vulnerables al
cariño. Los que ponen una buena dosis de cabeza y muchas de corazón, es el
equilibrio del pragmático y el soñador que encontramos en Segismundo o Hamlet.