El amor y la
muerte, el principio y el fin, los dos temas más recurrentes en la literatura
universal. El final de la película en ocasiones no coincide con el anochecer
del día, sino con ese cuento a mitad contar, esa oración que no llega a su fin,
una mirada fija que ahora es absorta, una respiración que se suspende.
El recuerdo,
en cambio, del amor y la muerte nunca terminan, no se alteran, no se
entrecortan. Un recuerdo que permite que
la oración llegue a término y la paz inunde el espíritu hasta la eternidad.
Miguel D´Ors
lo describe de esta manera.
POR UNA MUERTE
Uno se muere así, cuando tenía
un cigarro en la mano (que
aparece
humeando, después, sobre el
asfalto),
cuando había una letra
pendiente, un libro abierto,
un cuento a medias (que los
niños nunca
sabrán cómo termina);
uno se muere así, de golpe,
abandonando
su ropa en el armario y sus
asuntos
y su reloj parado en una hora
—la de la muerte en punto— (o
sin pararse
y entonces es más triste
todavía
porque lo ves seguir, infiel
al amo),
y a lo mejor aún llega alguna
carta
con las señas del muerto
y hace llorar de puro no
saber...
Después de morir uno, mientras
uno
está muriendo, se abre
una ferretería, pintan una
fachada
y el muerto ya es ajeno, y
todo nos lo aleja.
Las yerbas del olvido
empiezan a crecer sobre su
tumba.